domingo, 10 de abril de 2011

Un hallazgo y un hecho

Había salido llorando, yo vi el revuelo que había ante la caja de ese supermercado horroroso que descubrí hace más de una década en Granada, se llama Día: es insolente, destartalado y aciago, pero voy a él después de aquel descubrimiento porque es barato.
Se había ido, decía, llorando del Día un niño porque había perdido cinco euros, eso hablaban las mujeres pacientes y chifleteras en cola ante la caja. Yo creí otra cosa: un robo, una desgracia mayor… pero parecía que al niño aquello le había afectado mucho, estamos en tiempos en que eso puede afectar mucho, y ser niño también, después de preguntar qué había pasado, y en todo el revuelo, mientras también esperaba yo paciente, mis ojos depararon entre el terrazo ocre y blanco el objeto perdido, y hubo algarabía y a otro chiquillo que era su amigo le encargaron que fuera a buscarle, y le entregara el billete, y volvió al sitio insolente que se llama Día y las chifleteras le dijeron que yo era el autor de la proeza, y yo no quise encararme con el niño, le miré al ratillo de reojo cuando venía con sus ocho yogures. Era moro o gitano, después ví que era gitano, de Pescadería o mi propio barrio, vecino. Quizá no llegó a casa y se restañó el desaguisado, y me vinieron a la memoria mis primeras quinientas pesetas en una carterilla de escay con cremallera, de las de viejo, que perdí en las barcas de mi barrio cuando iba con mi padre a ver a los pescadores. Mi madre, que a veces acierta en lo que se malicia me dijo: ‘las vas a perder’, y ya saben, lo mío era un paseo de infante creído adulto, lo de este niño era otra cosa.
Poco después de la Guerra Civil, cuando existían los muladares por doquier en Pescadería, un barrio aún popular, y algunos vecinos tenían sus marranos sueltos para antes de pascua o San Antón, uno de estos se vino a embestir o ‘comer’ a un niño que se llamaba Antonio, jugueteaba con unas primas y su madre que a esa hora tendía en las cuerdas con cañas sobre el muladar vio a la bestia dirigirse a su hijo e, impulsiva y con reflejos, dio tal pedrada al cochino que lo mató.
Antonio ha muerto hace unos días de otra cosa y con edad.
En la Cuba de mis antojos un muchacho llevaba una pulserita amarilla y verde para librarse de los males prematuros, en su caso morir por ahogamiento o quemado.
Cae una tarde dominical en la que varía el viento para poniente, un disco regalado suena en los bafles nuevos del ordenata. La casa está casi limpia del polvo que el yeso del albañil a impregnado. Los niños con nuestras pérdidas y los ancianos con su muerte no nos van a precaver de nada. El polvo de los albañiles puede mejorar la casa, y la música el ánimo.
Andar después de la ducha y llegar a un sitio en el que te esperan, son dos hechos ciertos de vida y de dicha. Los hallazgos y las pérdidas se acaban contando. La vida nos va narrando a nosotros mismos, nos rememora, nos aturde, nos alegra, nos encara, nos esconde, nos pregunta, y sobre todas las cosas nos deja vivir. No había más hechos extraordinarios, vivir es un milagro.