miércoles, 18 de abril de 2012

Suntuosidad


A la hora que Juan Carlos de Borbón y Borbón abandonaba la clínica, en un lugar de Sevilla se subastaban los enseres, mobiliario y adornos del Hotel Alfonso XIII de la ciudad.
El hombre que salía de la convalecencia pedía disculpas y aventuraba que no lo volvería a hacer más una cosa así. Un viejito llevado por su gusto a las cosas decimonónicas llegó a los noventa euros por una pieza que salió por quince (un aplique con tres lámparas y lágrimas de cristal) pero se arrepintió en el segundo siguiente. La pieza quedó en 85 euros, el precio anterior, y para otro pujador
El hombre con los dos apellidos iguales hablaba a los medios estatales que tiene el Gobierno, con cara hinchona y gesto osco. Los subasteros salieron con caras felices por la pieza del gran establecimiento donde pasaron la noche de bodas, quedaron para un café con un representante, o simplemente les pensaron que era un honor poseer una piececita, un cacho de una ciudad que siembra honores.
Los jardines de palacio, que se cantan por rumbas, tienen el aprecio de los villanos y de los cortesanos, y de la aristocracia, por su belleza, hablar de esto es salirse del guión de la mala suerte y de la fealdad que nos recetan, es una provocación, por eso unos cualquieras han ido a por un anaquel, una repisilla, una lámpara o una alfombra, aunque raída, por tradición y querencia, por suntuosidad, por lujo y entrada en otro olvido. No había ni un anticuario entre los subasteros.
El hotel con el nombre del abuelo del hombre que se ha partido la cadera (¿partida?) lo inauguró el susodicho un 28 de abril de 1929, con motivo de la Expo Iberoamericana de aquella ciudad. Dos años después menos catorce días, se decretaba la república y este hombre abandonaba España. El hotel siguió con otro nombre Andalucía Palace, y los mismos muebles. Por cierto, un hotel de propiedad municipal. Por hoy se profanaba un exorno que fue sustituido por la empresa concesionaria hace un mes.
El hombre con la cadera casi recuperada, de oficio Rey, se disculpaba con un terno desigual, en una salita de un hospital de Madrid, ante los medios oficiales TVE y EFE. Se disculpaba por lo que habían dicho, no por lo que había hecho, ni tan siquiera por lo que le había sucedido.
La suntuosidad y el glamour son cosas verdaderamente afrancesadas, no responden a equívocos, ni a circunstancias sobrevenidas, ni a remiendos. Se tienen y están, hasta el final, hasta el fin de los días. Son Inherentes, no están al baile de las circunstancias, ni por supuesto de las noticias.
Un león herido puede ser fiero y defensivo, incluso sedado: dócil, pero nunca un león en un escudo de armas, como el que tiene uno de mis apellidos. Una casa solariega y blasonada se puede redecorar y hacer por ejemplo en su interior un Spa , pero el representante de una máxima institución de inspiración divina, por algo que le ocurre a él mismo, en circunstancias adversas dentro de un festín de su condición, lo último que tiene que hacer es adolecer debilidad. Es una cuestión simplemente estúpida, que a fin de cuentas, le deja indefenso, y por supuesto sin autoridad, simplemente ridículo y a la par, desautorizado. Toda monarquía es absolutista.
Un vendedor de muebles de mi ciudad, una vez al año, iba a un safari, que es como se llaman estas cacerías, en las que Borbón y Borbón se ha roto la cadera. Me pareció horroroso y me dejó estupefacto. En este otro hombre que nos ocupa, sinceramente, no; me han dejado así su cara, y su traje, y el contexto también, la sala de hospital. El resto, lo que ha dicho, ya queda reflejado unos párrafos atrás.