martes, 20 de octubre de 2015

Los que lo pasan mal


                                                                       A la memoria del Noi, el hombre sordo con ojos de niño.
Reír el comentario o enervarse contra él no tiene más misterio que en el sitio en el que estemos colocados. Que no es un misterio. Los años me han hecho alarmarme menos, lo que no se a ciencia cierta si es un avance de profundidad o un chiste de Quino puesto en la voz de Mafalda. Más lo primero, quiero creer.
El chiste de Mafalda es el de cambiar el mundo antes de que el mundo te cambie a ti, por si no nos habíamos dado a entender.
Acaba la serie que se ubica en Almería con un ‘llama a tu madre’ que intenta culpabilizarme, no se qué cojones anuncian: “llama a tu madre antes de que sea demasiado tarde”, pero anuncia algo, no se equivoquen.
En o Facebook la hermana de un amigo coloca un mensaje que tomo como personal hasta el final; “no le des a me gusta, solo copiar y pegar”. Es por los que lo pasan mal, mal no se de qué lo pasan mal.
Voy a arriesgarme. Un profesor al que respetaba decía de Blasco Ibáñez que le gustaban los desheredados y las clases populares porque les hacían gracia, osea tenían la atracción, él era un burgués con condescendencia. No había cogido nunca a Blasco Ibáñez excepto con ‘Cañas y Barro’ que no la acabé. Había un personaje el del jipijapa (sombrero de paja) que podría encarnar esto.
Hablando con un profesor tocado del ala sobre el final del 20D, el final es el 20 de enero, tontoneamos sobre lo que pueda pasar. Este mismo día de hoy, llovido y todo he visto a uno cogiendo colillas, los días que no llueve veo a más. Cuando el Noi, mi tíoabuelo, ya jubilado me hablaba de esa escena en la inmediata postguerra civil española me parecía insólito. En esos días habíamos puesto ya el teléfono en casa, me contaba aquello mientras apuraba unos cigarrillos ‘IDEALES’.
La otra madrugada, mientras corría poco para recogerme tras tres copas vi a un chico que cruzó la carretera Cabo de Gata, salía de la calle de un conocido bar, arrastraba, a las cuatro y algo de la madrugada, un carrillo con una garrafa de surtidor de oficina. Paré, bajé al Marítimo y lo vi en su somnolencia llenar de la fuente lavapiés y bebeperros la anatómica garrafa, endosarla al carro y tirar para casa, todo mientras yo apuraba un cigarrillo.
El Noi era el único que llevaba razón, después de fumar colillas él mismo compraba esos cigarros que llamaban popularmente ‘caldo de gallina’, ya jubilado y sordo. El resto somos novelistas valencianos metidos a políticos. Nos hace gracia el escalón inferior y nos permitimos profetizar sobre el 20D y reproducir mensajes de Facebook porque no nos ha llovido, ni nos han cortado el agua. Si no seríamos uno solo cuando escampara buscándonos a nosotros mismos. Por los que lo pasan mal. ¡Vaya ud a la mierda!

lunes, 12 de octubre de 2015

El folclorrr


Le pregunté a la adolescente por qué creía que el torero toreaba descalzo y me contestó: “porque tendrá promesa”. Abundo un poco y trae su imagen “porque en las procesiones quienes van descalzos es por promesa”. El diestro se descalzó en este, como en casi todos los casos, porque el piso de plaza estaba llovido. Las medias se agarran más que las suelas de las zapatillas, el andar lo hace con más aplomo.
Una cuestión tan práctica me puso en la pista de lo que es nuestro folclore, lo que se entiende, lo que se trasmuta, lo que se mantiene y lo que se siente como identificativo o admirable.
Entiendo muy bien que la niña relacione inconscientemente la lidia a muerte con el paseo de los santos, conectando el peligro inminente con quienes claman por un problema de salud o de trabajo, o de dinero, incluso que pueda hacer un acople entre chaquetilla con bordados y mantos de vírgenes. 
Creo que la niña no se descalzará ni para torear ni para pedir nada en toda la vida que le queda por delante. ¡O sí!
He odiado en mi existencia que me calificaran de folclorista o folclórico, esto último más, por gustos particulares: el cante flamenco, los toros, las manifestaciones populares danza-teatrales casi todas las otras. Me pareció una desconsideración en toda regla, porque nunca asistí a nada de ello pensando que iba a algo folclórico.
Fuera de supersticiones y supercherías. Un “¡va por ustedes!”, que dicen los toreros cuando brindan al público, es algo así como el ‘a esta es’ del capataz a los costaleros en una subida al cielo. Pero para cada uno, o sea para el individuo que lo emite es una cuestión funcional: el torero porque ofrece la lidia y muerte que es su deber contractual, aunque no pronunciara palabra, y el capataz porque manda en los obreros del cuello y les avisa que deben subir todos a la vez, para no lastimarse. Pero el común lo coge como ofrenda, que si, también lo será.
Ahora, cada uno lleva su procesión por dentro. En las manifestaciones de baile, en los rescates que han hecho los y las estudiosas, cada uno respondía a momentos diferentes de laboreo del campo, esencialmente. Hoy quizá no tiene sentido el bailarle a eso. Los tangos de negros que hoy son los tangos flamencos nacieron para comunicarse los esclavos de los puertos con sonidos de taconeo y palmeo a razón de emitir a sus iguales lo que sentían, querían o padecían. 
Con toda la puesta en común, su significado y significante. Este que les habla siempre ha tenido una visión particular del papel y la acción de cada uno de los intervinientes en lo que se llama un acto folclórico, algo que tenemos tan acendrado y consabido que hace que la niña diga que el torero está descalzo pidiéndole a Dios… Nada más lejos. 
Todo lo que nos invade se convierte en actos folclóricos, por muy modernos, únicos o ‘in’ que queramos ser, o populares y  expositivos. Asunto que quizá no responde a una tierra, una forma de entender, un modelo de autenticidad diferente, porque la globalización invade todo.
Lejos de mi intención aleccionar hoy sobre nacionalismos o  toros. Pero les voy a contar un descubrimiento de este  puente mismo. Decía una pobre tras ir a la casa de los ricos, después de 1936 o así: ”la parte de arriba era como una verbena, colgaban chorizos, ristras de morcillas, jamones, morcones y salchichillas engarzadas a cañas”. Hoy tenemos blisters y contenedores para plástico. El acto folclórico es algo trasnochado creemos, nada vivo, por eso siempre me molestó el término cuando se adjetivaba sobre mi.
En Latinoamérica, casi toda, no se andan con estos remilgos. Llaman folclorrrr, así pronunciado, a cosas entreveradas en la cotidianidad del año, sin renunciar a parte de la modernidad, pero el asunto es allá y acá resbaladizo. Yo siempre intento detectar el hecho personal aún conjuntado, y he podido dar tan buena cuenta de las autenticidades individuales en el proyecto grupal, que no me suena a chiste, ni a leyenda, ni por supuesto a impostura o convencionalismo social.
Rompiendo lo que podría parecer decoro, cuando un torero tiene una cornada sangrante pero quiere rematar su faena, se hace o le hacen un torniquete con el corbatín, lo que tienen más a mano que de las dimensiones para cumplir la función.
El folclore es parte de ancestro, claro y de mitología, hasta que el toreo como las matanzas se sirva con potenciadores del color, antioxidantes, en raciones para un solo comensal o espectador… O nos hagamos todos veganos. Lo cual dicho así, en este último párrafo, tiene una emoción que no me veas. Por eso lo más interesante de estas tradiciones es que las contara uno de fuera, el asunto es que hoy ninguno somos de fuera pero sacamos también juiciosas conclusiones.

lunes, 5 de octubre de 2015

La marujilla

Nos saludamos de beso, como los flamencos, los gitanos y los hombres con las mujeres de la Nueva España. Nos sorprendimos de vernos después de tanto tiempo. A Pedro sí lo he visto, no hace tanto, digo.
¿Qué haces aquí?, pregunta recurrente, nos contestamos sobre el motivo de la ocasión. Estábamos en la puerta de un negocio, no piensen, ni ella ni yo hemos llegado al comedor de Cáritas. Pero es que el negocio tiene un nombre digamos ‘raro’: La Mafia se Sienta a la Mesa, pero nosotros íbamos a intentar trabajar.
Ella va a lo suyo, siempre lo fue, así metió el cuello hasta que se llevó a Pedrillo, me cuenta lo que hace, sus pretensiones de siempre, siempre es tres lustros atrás, cómo dejó la recepción de la pelu, porque total para tener que pagar a una que se quedara con los niños, pos se quedaba ella. Una visión muy práctica, y entonces, reconocido que el hombre estaba en estado de, ¿cómo se llama esto nuevo? ¡Ah! ansiedad, ha dejado su trabajo, y recomponen el negociete parejil, y ahí me enseña una muestra en el móvil de una locucion, haciendo hincapié: “es mi voz”, ¡ah! Digo como con sorpresa.
Pero de ahí pasa ya a la parentela: la foto de la niña de los cabellos dorados, y el niño canijo que se sostiene en la moto y… ándale, los otros frutos del tiempo “¿Sabes que se murió mi padre?”, pos no, mete dos morcillas de texto por medio y la segunda noticia luctuosa “porque también se murió mi madre”. Sigue viviendo ella enfrente de donde se crió. Pregunto por el piso, pues se de uno en las cercanías que construyó un conocido, pero es otro el suyo, y vuelve a las fotos de los niños y observo la grandiosidad del patio donde juegan, provoco “pos anda que el patio de tu casa está podrio”. Sabía que a la chica de barrio le iba a desencajar esa voz abrupta “¿Cómo?”: “que tiene que ser grande la casa, con ese patiazo para que los niños jueguen”, y ahí me detalla el pisito en el barrio obrero donde se crió y nos conocimos.
Caridad que va ofreciendo publicidad por dinero, solo por las mañanas,  sigue tan peripuesta, tan justamente empolvada y con sus mismas trazas de Mayra Gómez Kent de patio de vecinas, con un poco más de barriguilla que cuando entonces tiraba los lazos justos y complacientes para que el padre de sus hijos acabara engendrándola a ella.
Llamo a la reflexiva y avanzada, y no le digo nada de ésta, pero ella me cuenta que se ha casado, por el simple hecho, eso dice, de que le salgan las cuentas, un utilitarismo que revestido de sesos sobre lo que vamos o debemos hacer, no me esperaba. Como tampoco que los tontos que construyeron su espejo pelando papas, volvieran a mirarse.
¿Qué quedó de todas nuestras teorías?, acaso la verdad de la defensa compartida válida para la integración en el grupo, el no desentono. Y me asalta la foto onírica de mi amigo el inteligente que ha dejado junto a otras sus estilosas Converse de domador y trapecista, a la orilla de  un cauce, la gente le escribe cosas bonitas de amor blanco, pero yo me los imagino a cuatro pies como puta por rastrojo.
La Marujilla, la revolucionaria y el sensato han recompuesto el otoño, al que ni me resisto, y demuestran, o eso quiero creer yo, lo que cantaba en la cercanía la bellísima voz de India Martínez: “porque cambiarán los tiempos/ y no cambian las personas”. Otro día les hablaré de mi.