Íbamos
andando y me paré, y pregunté, y… era la vaina con semillas de un rosal, de un
rosal silvestre, aprendo a saber
después.
Una vaina
con una boquita como una granada aplastada, me la embucho en el chándal,
pretendo tener rosales de esa célula encontrada, pero el viento de poniente
merma las posibilidades, dos quedan en un pastillero sin aire de pastillero,
dado en un herbolario, nada que ver con los pastilleros nacarados, con plata,
de palacio.
Entro
a ver en Internet cómo se plantan estas semillas de rosal y resulta que los
latinoamericanos contestan: si quieres hacer las cosas difíciles: planta las
semillas; si las quieres hacer fáciles coge un esqueje de rosal y de pronto estará
más grande y dará menos fallos, además las flores serán del color del rosal que
utilizaste, las de las semillas pueden serlo de cualquier otro color.
Yo
creo que soy de los caminos difíciles, por una inercia laboriosa. Resulta que
esa vaina es el escaramujo al que cantaba el cantautor comunista, que era del
mar y del rosal, y a lo que nunca le hice caso en la letra.
Otra
cosa distinta a todo esto es que yo tenga rosales y rosas. A mi no me hagan
caso, pero miren a Latinoamérica, anden. Trabajan menos y duran más, si no los
matan antes.