Preludio
Antes
de partir busqué por una cuestión laboral la historia del semanario de sucesos ‘El
Caso’, y Wiquipedia decía: “se le llamó el periódico de las porteras”.
Volver
a Madrid es siempre para el que escribe un motivo de regocijo, fue principio de
salidas al mundo de adolescente tardío, cuando en mi primer lugar de compromiso
social decidimos hacer un viaje; lo fue mucho después más profusamente, y
también lo ha venido siendo por asueto, culturetismo, encuentros con amigos que
se van labrando en el cacho de tierra que nos ocupa.
Pero
Madrid resonaba en mi cabeza ya infantil por mi familia. He vuelto a Madrid por
mi madre, a que reandara las calles en que vivió hace nada menos que cuarenta y
dos años, cuando yo, como ella dice “estaba en los cuernos de la luna”.
Le
ha causado mucho efecto, tanto que sus maltrechas piernas han dado más de sí
que las mías.
General
Mola, como era propio, bueno también hubiera sido propio de otras calles,
perdió su nombre y es ‘Príncipe de Vergara’, y allí, apostado vi la tienda de…
el tranco en que un hermano mío se esportilló la frente y el camino hacia el médico de entonces; donde estuvo el ‘Bar
la Tortuga’ y donde sigue estando cerrado el ‘Bar Rumbo,’ a los que mi madre no
iba más que de tarde en tarde, pero mi padre a diario.
Quería
descubrir la mujer el discurrir de las vidas de quienes fueron sus amigas y vecinas,
y ahí entraron a colación los porteros, sustitutos de los que hubo entonces, el
primero; el del propio piso en que habitó la mujer le decía a cada paso que
esta había muerto, aquel también, el hijo de aquella otra también, pero… estaba
viva la cuñada de Teodorina, Jacinta, creo, con noventa y pico años, e indicó
cómo encontrarla, bien cerca de donde estábamos “aunque hace casi un año que no
la veo, no se…”
Reconstruimos
‘Historia de una Escalera’ a voz de hombres cuarentones; el siguiente, con mono
nos da pelos y señales de la tal mujer que ha cambiado de lugar de residencia
aunque la familia sigue teniendo el piso, ella compareció día y medio con 88 años
inmovilizada por un derrame cerebral en el suelo de su casa hasta que llegaron
sus hijos y está estupenda. Mi madre, la señora que busca, le encomienda
recuerdos si la ve, pero los hijos no quieren que vuelva al barrio.
Al
otro lado del Bernabeu, la otra media vida, Barrio del Pilar. La portera esta
si femenina no da de primeras con la familia por la que se consulta, y al rato
con la incorporación de un anciano vecino, resulta que vivían en la casa que
ella compró hace 14 años. Nos promete a los viajeros que nos dará los nombres y
apellidos que registran sus escrituras, y cumplió su palabra. Solo que la
deseosa viajera ya en su casa de la punta suroriental de España llama y le sale
un moro, o un sudamericano, o no sabe explicarse bien de donde es el
teleescucha.
Al
incorporarse el vecino en la segunda portería, el que suscribe se interesó por
un comentario sobre el marido de la mujer buscada (los viajeros sabían que el
hombre estaba ya enterrao) y el buen hombre va introduciendo “no, yo no
trabajaba donde él, yo iba a ayudar a un familiar mío que tenía un bar cerca y
el estaba allí siempre, era un hombre que de los bares no salía”.
El
viaje a Madrid cumplió su función y creo corroboró mi intuición y los anhelos de la anciana mujer,
mi madre, que cegada quería preguntarle ahora al camarero del restaurant donde
almorzamos por un banderillero: Anselmo Viosca, siendo el camarero ruso y
chapurreando el español.
Volver
a Macondo es agarrarse a la vida. Ninguna literatura puede más que constatar un
dar por hecho y alimentar el repertorio de las porteras, que un día, dios sabe
cuándo sacarán en conversación, “por aquí estuvieron, hace ya algunos años, una
mujer y su hijo preguntando… decía…”
El
chamarilero en un negocio que tenía rotulado eso: ‘chamarilería’ nos trató con
desprecio y habló mal de la portera antigua, que para mi madre era “una
bellísima persona”, porque nos pareció cara la plancha de carbón por la que le
habíamos preguntado.
En
otra ocasión, si el tiempo lo permite, hablaremos de los chamarileros; cuando
el polvo del camino haya engendrado otras herrumbres: algo así como las puertas
del Bar Rumbo donde mi madre descubrió, a petición de mi padre, que se podía
hacer una tortilla de chorizo.
Alguna
vez puse en tecla que recordar es revivir. Pues ya saben con lo que nos hemos
encontrao. Revivir es encontrarte con un montón de muertos, eso si, vivos en
boca de otros.