lunes, 28 de octubre de 2013

El Madrid de las porteras

Preludio
Antes de partir busqué por una cuestión laboral la historia del semanario de sucesos ‘El Caso’, y Wiquipedia decía: “se le llamó el periódico de las porteras”.
                                       

Volver a Madrid es siempre para el que escribe un motivo de regocijo, fue principio de salidas al mundo de adolescente tardío, cuando en mi primer lugar de compromiso social decidimos hacer un viaje; lo fue mucho después más profusamente, y también lo ha venido siendo por asueto, culturetismo, encuentros con amigos que se van labrando en el cacho de tierra que nos ocupa.
Pero Madrid resonaba en mi cabeza ya infantil por mi familia. He vuelto a Madrid por mi madre, a que reandara las calles en que vivió hace nada menos que cuarenta y dos años, cuando yo, como ella dice “estaba en los cuernos de la luna”.
Le ha causado mucho efecto, tanto que sus maltrechas piernas han dado más de sí que las mías.
General Mola, como era propio, bueno también hubiera sido propio de otras calles, perdió su nombre y es ‘Príncipe de Vergara’, y allí, apostado vi la tienda de… el tranco en que un hermano mío se esportilló la frente y el camino hacia  el médico de entonces; donde estuvo el ‘Bar la Tortuga’ y donde sigue estando cerrado el ‘Bar Rumbo,’ a los que mi madre no iba más que de tarde en tarde, pero mi padre a diario.
Quería descubrir la mujer el discurrir de las vidas de quienes fueron sus amigas y vecinas, y ahí entraron a colación los porteros, sustitutos de los que hubo entonces, el primero; el del propio piso en que habitó la mujer le decía a cada paso que esta había muerto, aquel también, el hijo de aquella otra también, pero… estaba viva la cuñada de Teodorina, Jacinta, creo, con noventa y pico años, e indicó cómo encontrarla, bien cerca de donde estábamos “aunque hace casi un año que no la veo, no se…”
Reconstruimos ‘Historia de una Escalera’ a voz de hombres cuarentones; el siguiente, con mono nos da pelos y señales de la tal mujer que ha cambiado de lugar de residencia aunque la familia sigue teniendo el piso, ella compareció día y medio con 88 años inmovilizada por un derrame cerebral en el suelo de su casa hasta que llegaron sus hijos y está estupenda. Mi madre, la señora que busca, le encomienda recuerdos si la ve, pero los hijos no quieren que vuelva al barrio.
Al otro lado del Bernabeu, la otra media vida, Barrio del Pilar. La portera esta si femenina no da de primeras con la familia por la que se consulta, y al rato con la incorporación de un anciano vecino, resulta que vivían en la casa que ella compró hace 14 años. Nos promete a los viajeros que nos dará los nombres y apellidos que registran sus escrituras, y cumplió su palabra. Solo que la deseosa viajera ya en su casa de la punta suroriental de España llama y le sale un moro, o un sudamericano, o no sabe explicarse bien de donde es el teleescucha.
Al incorporarse el vecino en la segunda portería, el que suscribe se interesó por un comentario sobre el marido de la mujer buscada (los viajeros sabían que el hombre estaba ya enterrao) y el buen hombre va introduciendo “no, yo no trabajaba donde él, yo iba a ayudar a un familiar mío que tenía un bar cerca y el estaba allí siempre, era un hombre que de los bares no salía”.
El viaje a Madrid cumplió su función y creo corroboró mi  intuición y los anhelos de la anciana mujer, mi madre, que cegada quería preguntarle ahora al camarero del restaurant donde almorzamos por un banderillero: Anselmo Viosca, siendo el camarero ruso y chapurreando el español.
Volver a Macondo es agarrarse a la vida. Ninguna literatura puede más que constatar un dar por hecho y alimentar el repertorio de las porteras, que un día, dios sabe cuándo sacarán en conversación, “por aquí estuvieron, hace ya algunos años, una mujer y su hijo preguntando… decía…”
El chamarilero en un negocio que tenía rotulado eso: ‘chamarilería’ nos trató con desprecio y habló mal de la portera antigua, que para mi madre era “una bellísima persona”, porque nos pareció cara la plancha de carbón por la que le habíamos preguntado.
En otra ocasión, si el tiempo lo permite, hablaremos de los chamarileros; cuando el polvo del camino haya engendrado otras herrumbres: algo así como las puertas del Bar Rumbo donde mi madre descubrió, a petición de mi padre, que se podía hacer una tortilla de chorizo.

Alguna vez puse en tecla que recordar es revivir. Pues ya saben con lo que nos hemos encontrao. Revivir es encontrarte con un montón de muertos, eso si, vivos en boca de otros.