Se
celebraba hace unos días la efemérides. Aquellos dos mirándose con languidez en
la tele, aquel sello matrimonial del que han nacido dos niñas, una de ellas, la
mayor, llamada a reinar en esto que se llama España.
Aquel
mismo día cuatro locos, éramos cinco, nos juntábamos en la casa de la siempre
predispuesta Lola para fundar una asociación cultural, debatíamos primero los
objetivos, donde nos dejamos llevar algunos, yo como promotor también, sobre
llegar a un público joven cuando ya teníamos la treintena. Replanteamos el trabajo
y acertamos con el nombre, teníamos una ilusión compartida a la que el tiempo
le daría pellizcos por un lado, girones por otro y pérdida en un tercer lugar.
Pero
lo fundado aparte de las marcas corporales nos engrandeció el espíritu.
Posibilitamos acceso general a conocimientos de personajes ilustres, a detalle
de lugares singulares, a apreciación de nuestro patrimonio, a conocimiento de
tradiciones y oficios, a difusión de la música, y a aprendizaje personal.
Mereció
la pena aquella fundación, y que muriera después también, cuando los
fundamentos para los que no habían pillado las secuelas de la paliza no tenían
ni la misma enjundia ni estaban dispuestos a trabajarla con coherencia, también
algunos de aquel acto fundacional. Seis años después de cuando los tórtolos “se
miraban diciendo nos quedamos con esto” en la tele. Así que lo fundado se desfondó.
Rememorar
no nos hace mejor el hoy, quizá uno quiere volver a recibir el aplauso callado
que uno se reconoce a si mismo frente al ordenata y a veces frente al
espejo. Cuando aquello era un proyecto
con presente, pasado y proyección, y acuden los plausos por unas palabricas más
o menos bien confeccionadas, una injusticia.
‘De
que callada manera’ le cantaban los trovadores al viejo poeta. Conocí en el
camino hasta llegar a donde estoy a muchos hombres y mujeres que silentes
laboraron cada día por una cosa para el común de los mortales, o para sus
iguales, implicados en participar y aportar para el bien común, para el
compartir, para el progresar.
No
me dejé llevar como tantos otros por la escorrentía. Aún sabiendo que nuestras
vidas son eso, los ríos que van a dar a la… Ahora ando donde no sé lo que se
busca realmente y me estoy hartando.
Pero
vuelvo al presente de mis aspiraciones que son muchos cuadrángulos de tela
hilvanados entre ellos, si, pero cada uno de una pieza, si, compartimentados.
El
trabajo, el otro afán de mi vida, me lleva de ronda por ese lugar que se llama
Cabo de Gata, al revolver de una esquina salen las casas con sus medias escaleras
de caracol, una perteneció a Pepe Guiaro. Con los ánimos intactos, cuando no
arrastrábamos cierto desgaste, íbamos allí en verano a revisar en la casi
primigenia organización a la que pertenecí, todos los miembros del colectivo.
Aquellas palabras escritas y dichas detrás de la puerta donde mueren y nacen
las escaleras de medio caracol dieron sus frutos. También la Fundación frente a
la tele silente en Velefique. Pero me asalta, especialmente ahora, recordando
lo más antiguo un ‘Fuímos’, entre la raíz de la frente y las cejas. Una
conjugación del verbo ser que si: es agria y dulce. Un presente que pretende
ser preclaro, la fórmula la sé, la sabemos: meter los pies en el charco.
Fuímos, ¿recuerdas?