Acabó
haciendo el macaco-robótico, en una sintonía fuera del estilo que interpreta,
pero como un lujo ostentoso de su vigencia y de su vitalidad. Cifuentes al que
si yo escribiera la crónica de pensamiento hubiera bautizado como Carlos, no
como Jesús, nos trasportó a lo que no llegamos a ser con sus coplas de una
época, rían, veinte años atrás.
Hasta
coreó alguien la crítica que el artista hacía a los gerentes siendo quizá un
retratado con sorna, porque la música tiene eso: te pueden decir perro judío y
tú corearla como quien masca un chicle. Nos presentábamos ante los mismos,
tributándoles como en la novena década del siglo pasado pleitesías contorneantes
por lo que tenían-tienen de música popular, sensibilidad y protesta.
Oímos
en línea y nos movimos incluso, cuando otrora lo hicimos con menos mochila
desfondada. Los miré a ellos y me miré a mi, y al hijo de Luis el Calafate al
que no saludé por si no nos reconocíamos, y este que escribe coreó con fuerza ’Veinte
de Abril’ y ‘Pero ya está bien’ o ‘El emigrante’, y el de la insumisión que me
retrajo a mi declaración de objetor y a lo que aquel abogado puso en el papel,
y ahí la furgoneta de Juan el Ché y los More largos.
Al
irnos a sentar al quiosco bar en que mi padre con sus amigos y con mi edad se
sentó también quizá medio siglo atrás, no pensé en esto ni en lo que habíamos
envejecido, ni en lo que arroja el diario de cada uno en los últimos tres
lustros, dejémoslo ahí; pero yo lo sabía y
llevaba implícita, la parte del mío. Y entre que vino la camarera y retiramos
la silla para irnos pensé, únicamente, que las coplas del macaco-robótico
habían vivido veinte años que no son nada, mucho mejor que nosotros… Y el
macaco también.
A la
vuelta en soledad, un técnico del ayuntamiento que fue aspirante a artista de
culto del pop me espeta al paso: “¡Cómo ha estado la cita para nostálgicos!” y
yo estuve por decirle: “Quién te ha visto y quién te ve”, pero solo me quedaba
un cigarro para llegar a casa y este que les digo no fuma. Salían por el arco
del sitio del evento el flautista y el percu y me paré un instante, si, por si
salía el macaco para decirle: “vaya pacto con el diablo que debes haber hecho,
hijo de la gran puta”, pero no salió, rumiaría en la última canción que gentes
que se fueron a tomar algo donde lo hicieron sus padres medio siglo atrás,
volverían con indigestión del presente inaudito. La novena década del siglo
pasado no la puede vivir en reedición todo el mundo. Sólo los que bailan y se
esfuman.