En
mi misticismo ambulante da un salto siempre el poema del viejo uruguayo: ‘No te
salves’, un salto de resorte, un sobresalto de ajustar el mentón y mover la
mandíbula.
Resignarse
a la crítica, constructiva si, negativa también, de psico-filosofía de azucarillo
que diría aquel dura un arrugar el mensaje.
Resignarse, decía, a la autoridad o aprecio del que juzga puede ser mala
cosa, pero en la línea confortable del nuevo pensamiento parece despreciable el
ejercicio del juicio o la crítica.
Jesús
‘El Cristo’ dijo: ‘no juzguéis y no seréis juzgados’ y en la coctelera del
salón de billar de Sabina que pronuncia ‘Buda, Cristo, Alá’ la gente ha tomado
el combinado del de en medio a pies juntillas y firmes, no sé lo que habrán
tomado de los otros.
El
iluminado hizo una advertencia, y no dio un mandato. A riesgo de todo, y fuera
de la institución ciega, se abalanza como necesariamente humano tomar posición
ante el frente de batalla, defender la plaza y pactar el fin de la guerra. Todo
ello con criterio.
El ‘No
te salves’ del poeta que no podía llegar a diplomático fue un alarde cargado de
verdad, pero no por eso defendible a ultranza.
La
advertencia de El Maestro, tomada en sentencia moderna, era una pista para la
defensa propia, no un dogma de fe.
Nos
toca vivir entre la justicia y la venganza, cosas tan estrechamente humanas y
divinas como la poesía. Épica o Pastoril, lo único que ahora los modernos
quieren siempre recitar con una lira osea a sotovocce, es la diplomacia
anestesiada, a la que nunca quiso llegar ningún buen poeta.