La Yogurtera
Por estas fechas nos encontramos en la puerta del
local, hacía años, con su infantilismo característico nos comentó a mi y mi
acompañante la gran empresa que se estaba gestando, los cambios funcionales
para una candidatura de confluencia y ciudadana. Compartíamos un yogurt helado
de los que venden en el local con sus tópic por lo alto.
A la vuelta de nueve meses la ilusión se rompió en
tres pedazos. Yo que hablo de oídas pero
nunca escribo de oídas, aunque me empeño siempre en decir que hago ídem lo uno
que lo otro porque soy así de chulo. Estuve en dos reuniones de aquella empresa
y supe que no iba a acabar bien. El final de los finales fueron tres
candidaturas. Pero como no me gusta ser pájaro del mal agüero quise hasta el
final que fuera un posible e hice tramitalmente lo que se debía.
Al final de la tarrina que es la prueba concluyente,
el culo vacío, eso fue lo que quedó y unos chorreones de yogurt que pretenden
reeditarse.
Todo el mundo decía, el día después: “con lo fácil que
hubiera sido ponerse de acuerdo en tres tópic”, pero las empresas no son un
pabellón de reposo o de bloqueo.
En otros sitios la yogurtera ha dado con su fermento
la forma y la textura, no quiero ser una vez más la encima que eche a perder el
producto, pero es ridiculísimo, según me cuentan que el día del acuerdo en
Sevilla la dirigente de la empresa de unidad popular apoye al que ahora es
alcalde pero no le eche la mano ‘porque le da asco’.
También es infumable la Versión Original de la
alcaldesa de Madrid que monta su departamento de información y turismo. Y los
vaivenes públicos de los si, pero no… Era facha o lo podía parecer pero el que
dijo ‘Los experimentos con gaseosa’ había vivido un rato y sabía de política.
No quiere esto decir, en ningún caso, que nada se pueda
hacer bien si somos muchos y formalmente dispares,
beneplácito de público han tenido otras nuevas yogurterías, todo lo
bueno está por ver y repito, por hacer. Barcelona parece dar ejemplo. Ahora
bien, si la entelequia se disipa en si el sueldo son dos veces, tres, el salario
mínimo interprofesional, vamos apañaos. Que cobren, que cobre bien, que obren,
que obren bien, con contundencia, inclusive con contumacia frente a los de
siempre, pero que no se digan y desdigan y entretengan. Los aficionados a la grada, no al
terreno de juego. Y no estoy diciendo que hayan de ser profesionales, casta o
herederos los que se dediquen, sino simplemente gentes con un currículo
demostrable e intachable. Era el caso de la de los cajeros y la web, pero la
edad… Quizá.
A la puerta de la yogurtería donde el verano pasado
por estas fechas me encontré a la infantil que comulgaba en el lecho de un
sueño, me detengo a pensar en quién es el tipo que nos delecta con tan fino invento:
joven (hoy tiene 27 años), hijo de una familia artesana del helado que veía que
los sabores tradicionales iban en detrimento. Amante de los yogurt por su
cierta acritud, que probó a helarlo, que sugirió echarle trocitos de fruta
fresca, los snack más conocidos y las salsas más reconocibles. Inventar un todo
decostruído, y que en tres años ha pasado: De tener dos tiendas franquiciadas, a
más de setenta, también fuera de España. Pero este es una provechado
soplagaitas que está fuera del mundo de las ideas, de los principios y de los
debates. Por eso los puros, los que creemos en ensoñaciones nos vemos a las
puertas de sus negocios: contando lo que vamos a hacer después, mañana, sin
saber que a los nueve meses hay un parto que te puede quedar como una
bendición, o como un bodrio.