
Estaba esperando a su Antonio, descubrió que no me enteraba, si, ”mi hermano Antonio”, ah, tampoco lo conocí mucho/nada, acaso lo vi una vez. Ella ha vuelto a su tierra con una niña, su hija y con su nuevo hombre, que ya no es tan nuevo. Ella se fue sin despedirse de mi, ¡claro!, porque las despedidas como los inicios tienen una explicación, y ella en aquellas circunstancias no quería, no debía, o no podía darlas. Daba igual, entre tanto la vi otra vez antes.
La niña es un primor, se llama como ella, estaba erguida en el banco mientras su madre, su padre y ella misma esperaban a “su Antonio” en el calor del verano a una hora de comercio. La niña Celia me ríe con cuatro jazmines adolescentes un pelo rizoso de querubín y se comporta amable y risueña, lo propio de alguien de un año y medio que espera a alguien que no soy yo. Yo hubiera pasado desapercibido de largo con mi pena-esperanza de un disco duro nuevo, pero en un corto instante aquel encuentro fue un hálito de vida que no tenía nada que ver con el pasado, así que sobre los antecedentes no hubo ni preguntas, ni respuestas, ni referencias, un corto encuentro basado en la generosidad de la niña amable, confiada y distendida, graciosa, incluso, que hizo olvidar mi presente de artefactos y berrinches. Miré de espaldas al pasar con el coche a la fundación, más que nada por si se volvía la niña.
…
Le di la vuelta en él ponía: nacido en 1990 y un año de peón, otro de ayudante y un tercero de aprendiz, ocho meses más cinco de montador y tres de planchista en un bar.
Si no calculo mal empezó a currar con dieciocho como tarde. Tales días como los de hoy de 1989, un año antes de que viera la luz este chaval, el que escribe, iba todas las tardes a la calle donde se encontró a la niña a quedarse con la copla de su primer trabajo, en el que aspiraba a contrato. Lo fuerte y el contrato llegarían en septiembre, era una papelería librería donde se echaban quinielas. A este servidor sólo le apretaba, en aquellos días, que los condimentos de la prueba jodieran la Feria, y en especial las tardes de toros, pronuncié temeroso mis dudas y salvé mi afición.
El que suscribe venía de un equívoco, una efepé que me traía al fresco, me fui de aquella papelería-librería-máquina de quinielas por otro empleo de mayor madrugón y tardes libres. Al poco abandoné también y empecé a hacer pinitos en algo que me encauzó y hasta hoy ha trazado una calzada de piedras y hierbas; sin más y con todo fui y fueron hablando aquí y allá y la vida me trajo a este día.
En la barra del bar, olvidado por el fragor de la tarde, en mi espera de visitante a deshoras de los bares, cuando los taberneros no te hacen caso porque saben a lo que vienes, vuelvo sin rubor el currículo donde el joven de Los Ángeles precisa los hechos válidos para joderse la Feria, y cuando termino de leer, Iván Martínez Ruiz de la calle Marchales, aunque no lo sepa, me hace llevadera la banqueta con recuerdos de cuando él estaba en El Limbo. Mi currículo se hizo solo y al tiempo, si al chaval mañana lo viera en la plancha, por éstas que lo sustituiría.