martes, 4 de junio de 2013

El olvido


‘Deseando una cosa, parece un mundo, luego que se consigue ya todo es humo’ cantaba el ínclito Enrique Morente, quien viene, así solo, sin cante, alguna que otra vez a mi memoria, supongo que a la de los suyos muchas más a menudo.
Hice novillos algún tiempo, no adrede, no a posta, no pretendidamente, yo soy de los de cerrar capítulo, pero no tenía la historia terminada, ha sido la vagancia, la dejadez y otras ocupaciones lo que me han alejado de esta pintada en la fachada con ventana que un día por otro pasaba desapercibida en mi paisaje, pero esta tarde me he dicho voy a retomar mi atención, y a escanearle a una prima lejana los diarios de un antepasado nuestro, y olalá, escuchar música entre tanto, y dentro estaba Moustaki, tantas veces oído y desde que ha caído a la fosa, escuchado también con fruición.
Los motivos del olvido que los cuenten los estudiosos, el olvido es como una siesta de hace veinte minutos en una casa húmeda del Barrio Alto, con calor fuera y la atmósfera fresca y comprimida dentro, mirando un broncherón que escalonadamente presenta el ámbar de hace unas décadas, el beig que se llevó unos años después, el blanco que debía haberse dejado siempre, el celeste de hace otros años, el salmón de cuando la tita puso en la estancia el salón de peluquería, y varias manos del blanco final, el que hoy (hace dos décadas) seccionado nos presenta este mapa. El olvido es no remendar el broncherón, y el recuerdo todo lo que he contado, que de haber estado repuesto el color final no me hubiera rememorado nada de lo anterior.
La restitución de las memorias históricas las hacen dos cronistas locales en la contra de un diario uno, el sustituto, y el titular en la página 8-10 del otro diario. Rememoran a su manera documental o a oído de bar lo que fue y quién fue aquel, el otro. Los políticos y familiares piden la erección de monumentos y el reconocimiento en los hechos masivos, comunes, atroces e imborrables (esto último es mentira, todo será borrable).
Los amigos comprometidos aún con lo que fuimos-hicimos-promulgamos se reúnen para que no caiga en el olvido el legado de lo que fue un espacio común, una por un descuido organizativo se quiere apropiar cuando le han dado para la custodia los documentos reales de la historia. Empezar de nuevo, sobre la nada, sobre los recuerdos sueltos es difícil cuando el camino recorrido está testado. Así se sabe por lo que quieren custodiar el legado.
El hombre que iniciaba viaje empezó a decir tonterías, a confundir a los presentes, gentes tan cercanas como que contribuyó a concebirlas. Al hombre se le pasó el no saber que emprendía viaje, las caras de cada uno, qué hacía allí. Fue un brote en el fruto de los tiempos.
La primavera árabe pasó, y el quinceeme, y las lecciones nacionales, y la crisis se atenúa y si no, se sobrelleva, mi  coche sigue sucio de hace un año, pero me han mandado una carta con fecha para la itv, los maletines en el sofá del comedor llevan desde Pascua y el queso en aceite también porque no ha venido quién para gastarlo.
El olvido llega por desidia, a veces selectivo, a veces porque es lo mejor; aquellas siestas mirando el broncherón antes de cerrar los ojos o después de haberlos abierto no se parece a esta de hoy, el tiempo, la experiencia y la razón me han convertido en otro. El afán de los días. Pero el broncherón, porque la pared sigue en pie, estará allí de testigo de lo contado.
Mi capricho, y en cierto modo mi compromiso me procuran hoy con el scaners para enviar el diario del viejo familiar, y los veinte minutos ante el teclado para decir que siguen la ventana con la pintada sobre el camino de la vida, que siguen qué, nada que siguen siendo una visión inventada donde la memoria espera la experiencia de mañana en la curva de después, la que hay al pasar la pintada y la ventana.
Sabina olvidó la lección a la vuelta de un coma profundo. Yo me levanté simplemente acalorado y con ganas de zurrir el bombo de las letras y abrir la boca de las sílabas, y cumplir un viejo precepto. Echar un vistazo a la azotea de los días, pensando que los damnificados no tienen el derecho a esperar las condolencias, deben exigir sus derechos, si los tienen, y si no, aguantarse con lo que les caiga.

1 comentario:

castelo dijo...

Por la parte que me toca, doy rienda suelta a la imaginación y reivindico el derecho a volver a vivir espacios de sal, sol y agua, para que quede en la memoria de lo vivido algo más que la razón triste de la justicia. Me alegro de leer, pues da pie a que usted siga escribiendo, lo cual para mi siempre ha sido un espacio de aprendizaje y pasar el rato, que las dos cosas, siempre estan muy bien. Que los papeles no solo guarden Historia sino que sean capaces de transmitir vida, con la que tu estas escaneando en este blog.