No gasté apenas nada, diecisiete o diecinueve euros y
volví al gran espectáculo. Me había resistido, me había hecho el muerto durante
más de un año, no la echaba de menos, no sabía ni de qué me hablaban cuando en
el bar del desayuno alguien además de de fútbol, daba por hecho lo que ocurrió
ayer, si lo viste. Creo que lo mío no
era desidia sino descargo. Yo nunca sé dónde se compra un móvil nuevo, ni donde
se tiran las bombillas usadas o las pilas, ni lo que podía costar un nuevo TDT.
Un domingo de los permitidos comprar en los grandes
almacenes, y tras hablar con un chico antiguo que trabaja en uno de esos y que
me dio el precio, paré con la familia cuando íbamos a por tomates a hórreo
camino de El Alquián. Y aquí me tienen: todas las noches tele.
Me he preguntado, tirado ahí mismo, en el sofá de
atrás, qué hacía antes y no lo se muy bien, varias cosas: mirar más face, ver
más porno, vigilar más a la competencia, entrar más al blog y tener el
fregadero menos cargado.
Mi reencuentro me ha propiciado varias cosas, ver que
no es tan mala Mar de Plástico,
ruborizarme por el estruendo de los paisanos tomateros cuando deberían
cabrearse más las rusas, las gitanas
guardias civiles o los taberneros autónomos.
Volver a los platós me ha dado una idea de la superintendencia de los
opinadores oficiales, los mismos invitados que en mi acreditada SER, incluso
los poetas analizando la política, y también el gran estruendo de la vida en la
casa de Guadalix de la Sierra que es también una casa-plató y de donde todos
los que son desahuciados tienen el don de saber de lo que hablan.
Sí he vuelto a Ébole, para que no me crean muy
jarapastroso por lo antedicho, y sé que
el reeducador que había en la casa de los canis violentos ha cambiado. También
que Maria Teresa Campos está vieja y relantizada pero lúcida.
He vuelto al gran espectáculo porque quizá estaba
harto de microteatros, y porque si, es verdad ahí tirado en el sofá me daban el
menú hecho.
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