domingo, 19 de septiembre de 2010
'¡Esta tierra, es Aragón!'
La tonada, él era la tonada, incluso la tonada que entona ‘¡A la mierda!’, a tiempo y con verdad. La tonada es parte de la jota y de todo canto de siega o de trilla, o de arrío que se canta en las tierras, las tierras, las tierras de España. Él tenía el mejor himno para España y para cualquier sitio ‘Canto a la Libertad’: ‘Habrá un día en que todos, al levantar la vista veremos una tierra que ponga Libertad’, pero lo decía de forma lastimera porque tenía la voz grave y lastimera; uno se quiere creer lo que dice por repetición, más si uno es un tozudo, bravo y crudo; y sabe que es una guerra hacer la revolución cotidiana con algunos y frente a todos, le sale la cosa lastimera.
José Antonio Labordeta era un arcaico al que admiro, la canción extractada más ‘Las acerolas’ hicieron mi revolución de la adolescencia a la juventud y no se quedaron ahí; se confeccionaron cuando yo tenía dos años y él y su generación estaban transitando con el resto de Las Españas, yo la cogí ya con solera y me pareció igual de vigente y hoy también para ponernos tristes enervados y ausentes. Es más que música y letra, por eso podía ser un buen himno nada comercial para las calles de mi barrio y para la digestión de una cena en un tabanco, y para el inicio de unos Juegos Olímpicos, ‘Canto a la Libertad’ es tan verdad que parece imposible. El camino no nos lo creemos porque tenemos mucho entretenimiento, pero el himno, el himno sí, que es momentáneo.
En la Fiesta del PCE de 1999 le ví cantarla en directo, para mi era el plato fuerte, ni Mercé con su ‘Lío’, ni los Skape; y Labordeta, con su sorna hosca, tuvo el arrojo de decirle a uno que blandía la bandera republicana lo siguiente, ‘eso, sacad todas las banderas, ¡a ver si conseguimos algo!’.
José Antonio Labordeta era un socarrón que sabía la batalla perdida pero daba la batalla. Era un tótem en la tierra seca y en el vergel, era la cara reconocible en otros hombres, una antigualla de zamarra con un discurso de verdades absolutas en la fiesta del pueblo y en el parlamento.
Era el cantautor español de tierra adentro, heredero de una esparteña y una chiruca ‘el abuelo’ le decían, y hoy tendrá todos los respetos de todos los urbanitas, los roqueros, los políticos, los artisteros… No sé cuantos discos hizo después de aquellos de transición pero hizo bien en quedarse y dejarnos en ellos. Un historiador sabe que si no va a mejorar su propia historia no se puede reinventar para hacer el ridículo que hoy está haciendo Paco Ibáñez.
A Jose Antonio Labordeta se le paró el reloj por hoy en un final sabido y alargado. Su alma seguirá dando un grito contra el cielo, auténtica, estoica y parada al sol: ‘Castellanos, ¡Esta tierra, es Aragón!’.
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