domingo, 19 de junio de 2011
Metáforas del bar I
La costilla estaba molluíca, a veces la ponen con más palo, es un buen sitio para comer costillas, ya lo sabíamos; pero a veces un pegote de grasa te asalta el paladar, no fue el caso, nos asaltó la graciosa secretaria de una delegación, con su pareja a quien observamos fugaces. Ella, sin jefa desde hace unos días, se presta solícita a descargarnos de tener que acercarnos a su trabajo a llevar unos papeles, y respondiendo al cumplido, y pensando que en su ideario de naipes sobre los nombres que se barajan para su nuevo jefe estaría con nosotros, sobre el que tiene más fuerza por su historial, la secretaria rompe todas las cábalas que tan predispuesta ha hecho la prensa local: “eso no puede ser, ¡tiene que ser una mujer!”. ¡Ándale, manito! La canallesca olvida aquello de las cuotas. Las secretarias se las saben todas… Los redactores jefes son hoy mercachifles, han olvidado contar con la amistad de secretarias en cualquier otro departamento del partido. Vergonzosa la impostura: “¡no puede ser, tiene que ser una mujer!”.
El puerto aglutina muchos negocios, no sabemos si buenos. Los relaciones públicas de la ‘disco’ señera comen en la nueva pizzería, de lo más barato. La sidrería inaugurada ahora hace un año está cerrada, lleva cerrada que uno sepa dos meses, con sus bancadas en la calle. ‘Caña y tapa 2 euros’, así está el paladín del veraneo de terraza.
El dueño del local nuevo no está y el local nuevo es una manito de pintura fosforita y una camarera rubia. Nada nuevo.
El viejo periodista mira los gordos mujos al caer la tarde. Este viejo sitio de apartamentos aglutinó a viejos periodistas, titas encarnas y funcionarias heredadas de Franco, pero la tierra de exterior, que le rodea en sus trazas, alberga un deambular de jóvenes, llamar jóvenes a los de treinta pasados es estirar mucho el término, pero démoslo por válido. El amigo muerto llevaba razón, uno debía haber comprado aquí vivienda. Las calles, quizá por junio, andaban de vida y vistosidad, estos ‘jóvenes’ seguro se mangan o prestan entre ellos la llave de la taquilla del gym o el súper y eso ya es algo.
Nosotros nos decidimos por desconchones y viejas en zapatillas en las trazas de nuestra casa y nuestras calles, consuela sólo el suponer que si vienen a quitarnos el cortijo por desahucio, esta estirpe se arranque más que aquella para intimidar a los agentes, porque el barrio de nuestra decisión no tiene tanta carne joven, pero eso sí, deplora a los agentes.
Más allá del puerto, en una cafetería donde pasan la sobremesa hay una reunión de ‘doñas adelaidas’, recuerdan a la que presentaba las telenovelas, con sus collares, tienen sus poses marquesonas, como si fueran o vinieran de misa, pero no es hora. Por la calle, hacia una brasería de buen tino pasa un casado que coparticipó en un polvo tan morboso como cutre, se cruza un cajetón de postres congelados, llegan los jóvenes d’aqueste otro barrio (jóvenes de más de treinta) y el amigo muerto vuelve a llevar razón, este lugar hubiera sido un buen sitio donde hacer un núcleo de divos donde tú no fueras la más fea.
Tomatito, con su carro (un Mercedes) y su yerno (El Pescaíto) van a todo trapo camino del puerto. En él, algo más tarde, las viejas extranjeras ‘¡coño también hay viejas!’, leen todas las pizarras de los garitos. El joven Ángel, que es rubio ( y joven de verdad, tiene 19), se pavonea con la panda, una gaviota cruza a pie la dársena 1, el eclipse de luna fue anteayer, la manifa esta tarde. Los bares no llegan a casa de putas, la calle tampoco.
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