lunes, 12 de octubre de 2015

El folclorrr


Le pregunté a la adolescente por qué creía que el torero toreaba descalzo y me contestó: “porque tendrá promesa”. Abundo un poco y trae su imagen “porque en las procesiones quienes van descalzos es por promesa”. El diestro se descalzó en este, como en casi todos los casos, porque el piso de plaza estaba llovido. Las medias se agarran más que las suelas de las zapatillas, el andar lo hace con más aplomo.
Una cuestión tan práctica me puso en la pista de lo que es nuestro folclore, lo que se entiende, lo que se trasmuta, lo que se mantiene y lo que se siente como identificativo o admirable.
Entiendo muy bien que la niña relacione inconscientemente la lidia a muerte con el paseo de los santos, conectando el peligro inminente con quienes claman por un problema de salud o de trabajo, o de dinero, incluso que pueda hacer un acople entre chaquetilla con bordados y mantos de vírgenes. 
Creo que la niña no se descalzará ni para torear ni para pedir nada en toda la vida que le queda por delante. ¡O sí!
He odiado en mi existencia que me calificaran de folclorista o folclórico, esto último más, por gustos particulares: el cante flamenco, los toros, las manifestaciones populares danza-teatrales casi todas las otras. Me pareció una desconsideración en toda regla, porque nunca asistí a nada de ello pensando que iba a algo folclórico.
Fuera de supersticiones y supercherías. Un “¡va por ustedes!”, que dicen los toreros cuando brindan al público, es algo así como el ‘a esta es’ del capataz a los costaleros en una subida al cielo. Pero para cada uno, o sea para el individuo que lo emite es una cuestión funcional: el torero porque ofrece la lidia y muerte que es su deber contractual, aunque no pronunciara palabra, y el capataz porque manda en los obreros del cuello y les avisa que deben subir todos a la vez, para no lastimarse. Pero el común lo coge como ofrenda, que si, también lo será.
Ahora, cada uno lleva su procesión por dentro. En las manifestaciones de baile, en los rescates que han hecho los y las estudiosas, cada uno respondía a momentos diferentes de laboreo del campo, esencialmente. Hoy quizá no tiene sentido el bailarle a eso. Los tangos de negros que hoy son los tangos flamencos nacieron para comunicarse los esclavos de los puertos con sonidos de taconeo y palmeo a razón de emitir a sus iguales lo que sentían, querían o padecían. 
Con toda la puesta en común, su significado y significante. Este que les habla siempre ha tenido una visión particular del papel y la acción de cada uno de los intervinientes en lo que se llama un acto folclórico, algo que tenemos tan acendrado y consabido que hace que la niña diga que el torero está descalzo pidiéndole a Dios… Nada más lejos. 
Todo lo que nos invade se convierte en actos folclóricos, por muy modernos, únicos o ‘in’ que queramos ser, o populares y  expositivos. Asunto que quizá no responde a una tierra, una forma de entender, un modelo de autenticidad diferente, porque la globalización invade todo.
Lejos de mi intención aleccionar hoy sobre nacionalismos o  toros. Pero les voy a contar un descubrimiento de este  puente mismo. Decía una pobre tras ir a la casa de los ricos, después de 1936 o así: ”la parte de arriba era como una verbena, colgaban chorizos, ristras de morcillas, jamones, morcones y salchichillas engarzadas a cañas”. Hoy tenemos blisters y contenedores para plástico. El acto folclórico es algo trasnochado creemos, nada vivo, por eso siempre me molestó el término cuando se adjetivaba sobre mi.
En Latinoamérica, casi toda, no se andan con estos remilgos. Llaman folclorrrr, así pronunciado, a cosas entreveradas en la cotidianidad del año, sin renunciar a parte de la modernidad, pero el asunto es allá y acá resbaladizo. Yo siempre intento detectar el hecho personal aún conjuntado, y he podido dar tan buena cuenta de las autenticidades individuales en el proyecto grupal, que no me suena a chiste, ni a leyenda, ni por supuesto a impostura o convencionalismo social.
Rompiendo lo que podría parecer decoro, cuando un torero tiene una cornada sangrante pero quiere rematar su faena, se hace o le hacen un torniquete con el corbatín, lo que tienen más a mano que de las dimensiones para cumplir la función.
El folclore es parte de ancestro, claro y de mitología, hasta que el toreo como las matanzas se sirva con potenciadores del color, antioxidantes, en raciones para un solo comensal o espectador… O nos hagamos todos veganos. Lo cual dicho así, en este último párrafo, tiene una emoción que no me veas. Por eso lo más interesante de estas tradiciones es que las contara uno de fuera, el asunto es que hoy ninguno somos de fuera pero sacamos también juiciosas conclusiones.

1 comentario:

castelo dijo...

Uno que ha sido siempre poco apegado a constumbres o folclore, reconoce sin embargo que la cultura se ha ido llenando de sabiduría popular, es decir, de aquellos tangos de negros, o de aquellas tardes de verano donde un primo simulaba ser el toro y otro aquel Cordobés con más hambre que verguenza. La llamaron la España negra, rancia, incluso, analfabeta, sin tener en cuenta la sabiduría de aquellas gentes emigradas, sin folclor, del pueblo a la ciudad. No es una cuestión de toros si o no, ni siquiera de zapatillas o cuellos encallados, es una cuestión de identidad, y como todas las identidades podemos y debemos cambiarlas si llegamos a la conclusión que por folcloricos hacemos daño o no dejamos avanzar, hagamos todos y todas veganos, y comamos carne solo cuando el apetito de esta este en el zenit del deseo.