Nos saludamos de beso, como los flamencos, los gitanos y los hombres con las mujeres de la Nueva España. Nos sorprendimos de vernos después de tanto tiempo. A Pedro sí lo he visto, no hace tanto, digo.
¿Qué haces aquí?, pregunta recurrente, nos contestamos sobre el motivo de la ocasión. Estábamos en la puerta de un negocio, no piensen, ni ella ni yo hemos llegado al comedor de Cáritas. Pero es que el negocio tiene un nombre digamos ‘raro’: La Mafia se Sienta a la Mesa, pero nosotros íbamos a intentar trabajar.
Ella va a lo suyo, siempre lo fue, así metió el cuello hasta que se llevó a Pedrillo, me cuenta lo que hace, sus pretensiones de siempre, siempre es tres lustros atrás, cómo dejó la recepción de la pelu, porque total para tener que pagar a una que se quedara con los niños, pos se quedaba ella. Una visión muy práctica, y entonces, reconocido que el hombre estaba en estado de, ¿cómo se llama esto nuevo? ¡Ah! ansiedad, ha dejado su trabajo, y recomponen el negociete parejil, y ahí me enseña una muestra en el móvil de una locucion, haciendo hincapié: “es mi voz”, ¡ah! Digo como con sorpresa.
Pero de ahí pasa ya a la parentela: la foto de la niña de los cabellos dorados, y el niño canijo que se sostiene en la moto y… ándale, los otros frutos del tiempo “¿Sabes que se murió mi padre?”, pos no, mete dos morcillas de texto por medio y la segunda noticia luctuosa “porque también se murió mi madre”. Sigue viviendo ella enfrente de donde se crió. Pregunto por el piso, pues se de uno en las cercanías que construyó un conocido, pero es otro el suyo, y vuelve a las fotos de los niños y observo la grandiosidad del patio donde juegan, provoco “pos anda que el patio de tu casa está podrio”. Sabía que a la chica de barrio le iba a desencajar esa voz abrupta “¿Cómo?”: “que tiene que ser grande la casa, con ese patiazo para que los niños jueguen”, y ahí me detalla el pisito en el barrio obrero donde se crió y nos conocimos.
Caridad que va ofreciendo publicidad por dinero, solo por las mañanas, sigue tan peripuesta, tan justamente empolvada y con sus mismas trazas de Mayra Gómez Kent de patio de vecinas, con un poco más de barriguilla que cuando entonces tiraba los lazos justos y complacientes para que el padre de sus hijos acabara engendrándola a ella.
Llamo a la reflexiva y avanzada, y no le digo nada de ésta, pero ella me cuenta que se ha casado, por el simple hecho, eso dice, de que le salgan las cuentas, un utilitarismo que revestido de sesos sobre lo que vamos o debemos hacer, no me esperaba. Como tampoco que los tontos que construyeron su espejo pelando papas, volvieran a mirarse.
¿Qué quedó de todas nuestras teorías?, acaso la verdad de la defensa compartida válida para la integración en el grupo, el no desentono. Y me asalta la foto onírica de mi amigo el inteligente que ha dejado junto a otras sus estilosas Converse de domador y trapecista, a la orilla de un cauce, la gente le escribe cosas bonitas de amor blanco, pero yo me los imagino a cuatro pies como puta por rastrojo.
La Marujilla, la revolucionaria y el sensato han recompuesto el otoño, al que ni me resisto, y demuestran, o eso quiero creer yo, lo que cantaba en la cercanía la bellísima voz de India Martínez: “porque cambiarán los tiempos/ y no cambian las personas”. Otro día les hablaré de mi.
1 comentario:
Ni marujas, ni reveldes ni sensatos! Alegría, coño, alegria es lo que yo quiero. Alegría pa´viví, alegría pa´sonreir y alegría pa´quererte aunque tu no me quieras... alegría, alegría...
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