sábado, 16 de octubre de 2010

La plumilla


En realidad soy de comprar artesanía, estorbos al fin y al cabo. No invierto en artes plásticas verdaderas, primero porque no tengo dinero, después porque cuando encuentro en general algo que me interesa vale mucho, perdí en mi vida el salto con dos cuadros. Osea que no invierto en Arte porque no me lo puedo permitir. Sin embargo sí creo que miro y he ido juntando un serial de cosillas bellas, muchas de ellas adquiridas con la idea de aplicarlas a sitios ilusorios.
El caso de esta plumilla, de un autor que vive en Murcia, y que representa la Catedral de Barcelona en un día de lluvia, tiene el doble valor argumental para mi decisión de adquirirla por dos asuntos, uno porque confundimos el lugar con la Sagrada Familia y estaba lloviendo -en mi reciente viaje a Barcelona-, y otro, claro está porque las tramas de tinta aguada tienen gracia, aparte el dibujo, aunque las figuras son en su mayoría de revista de moda de postguerra, o por contextualizar hoy, de las que se ponen (ponían) dentro de los carteles de urbanización anunciando el piso piloto.
Es sin embargo que rompen lo expuesto tres de los personajes: el gitano que huye del temporal, descalzo; el perro de agua que chapotea, y el viejo del bastón que sale de la composición a la derecha. El perro, aunque una hormiga, es el personaje sin duda más gracioso de la aguada, identifica así la técnica el autor.
Siempre me intenté interesar por la procedencia, la autoría de lo que he comprado, en algunas ocasiones se que me han engañado en mi cara, por ejemplo en Cuba, pero con todo os puedo decir que si el objeto me llama, me llama; puedo regatear, incluso irme en ese momento sin adquirirlo, pero rara vez no vuelvo a por él. Este es uno de esos casos.
Hay una literatura entorno a esto creo que ha sido una novela reciente de Marsé, o de Millás, es de Millás que habla de la elección de los objetos hacia nosotros, de su vida propia. Esta vida de los objetos siempre me ha perseguido, yo fácilmente me hago una idea del acogimiento y agradabilidad del sitio donde estoy por lo que hay y cómo está dispuesto, pero muy lejos de ello me hago idea de las características psicológicas o sociológicas del dueño o morador. Algunas cosas si traducen sus actitudes, son evidentes.
A este respecto de las cosas, y por distintas funciones de ayuda a un tío mío, me ha dado cosa romper cualquier silla, pienso en quién la encoló, por ejemplo. Esto no quiere decir, creo, que no tenga un criterio de lo que es de mayor calidad-valor y lo que tiene menor. Pero en mi casa, es vedad que guardo algunas mierdas y que cualquier objeto hecho con las manos debe provocar un respeto, excepto los objetos chinos.
La plumilla no es una genialidad, pero es de un señor muy habilidoso, que a los noventa sigue dibujando, si es que no se ha muerto, porque la anticuaria a la que se la adquirí, hace tres años que ni lo ve, porque no ha ido a ver las que había vendido. Es una pequeña obra de 13x10 cm que junto a dos libros comprados y un lapicero mangado son los testimonios de mi visita a Barna, este en concreto el de una mañana de lluvia, con la Catedral en obras, ¡ah! por cierto no vi ni un gitano, ni de La Bota, ni rumano, ni de Utrera, así que el que huye y está presente en la plumilla, cobra más fuerza.
Estoy descubriendo que hay algunas cosas resueltas a grafito, el viejo autor lleva razón total: aguada (técnica mixta).

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