Se
sentó sin que se lo dijera, no me cayó mal pero tampoco bien. Venía con las
ganas de hablar de siempre, de la sesión continua, tradicional, de fin de
jornada.
Serví
la copa en las talladas de siempre sacadas del mueblebar que es un globo
terráqueo vacío por dentro, pero que pesa y que no se ancla reclinado.
Le
dejé que rompiera el hielo y a sus primeras palabras le conté lo de siempre, es
decir todo lo que acota la palabra ‘amoldarse’.
Replicó
con la futilidad que ya me sabía, esto en mi forma de entender, él creía que
con lo ocurrido en los últimos tiempos, y en los anteriores, y a tenor de algunas
leyendas aprendidas de los de su casta estaba defendiendo su territorio, sus
ideas y sus intereses.
En
un momento, antes justo de que se volcara mi copa con el licor ambarino le dije
tajante e ignorando su discurso eso: ‘de ilusión también se vive’.
Tenía
el remolino encrespado que siempre le había dado un aire de loco, lo que no
ocurría -a fuerza de amoldarlo- los domingos. Lo vi por la cornucopia, donde
había visto a tantos en ese mismo lugar y ante esas mismas copas, y después de
haber levantado mediomundo para sacar el licor ambarino con que siempre pagaba
sus visitas.
En
estas sin preocuparse por el desaguisado sobre la mesa, mi traje y la moqueta
pronunció: “la ilusión es un espejismo mejorado del porvenir, rayo de fugaz
belleza con que adornar nuestros días” Se refería a sus días, pero tuvo ese
detalle. Se incorporó y se fue.
El
viejo espejo con sus bujías latentes proyectaba solo el sillón vacío. Cerré el
mediomundo lleno de esencias y licores, inicié el paso, soplé a las dos llamitas ambarinas.
Tenía la entrepierna húmeda, abandoné la estancia, como siempre.
Feliz 2014
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