La penicilina de la infancia le dejó los dientes
torcidos. La genética los ojos de huevo y los labios pequeños y carnosos. La
vida el color, que a veces se oscurecía, y el talante ‘el tirar para adelante’,
como la gente de antes.
Era vivo pero con
un punto taciturno a veces, ante la copa y el cigarro. Es el don de los
años y de la vida.
Llegaba con su morral cargado de tareas para después,
y ponía la cabeza a merced de la urgencia, de lo que tocara. Sin importarle
como al resto el antes y el después. Olvidaba pronto, ipso facto.
En aquella cocina hospitalaria de la casa de la calle
Granada, donde también eran hospitalarios el comedor y los cuartos, me contó lo
que llevaba dentro. Éramos jóvenes y felices.
Y la vida siguió, como corresponde, de reunión, de
fiesta y de salida, buscándose la vida en lo que se terciara, en lo que se
ofreciera acá o allá, sin pensar en el futuro que al resto nos mueve y atenaza.
Tenía la herida del ahora, animal, y la gracia de las
gracias: seducir el paladar. El humor torvo, la ironía simple y explícita.
En Granada, Granada ciudad, correrías, inocentes y
útiles, supervivientes: humor, carnalidad y frío. El fin de semana continuo en
una esquina. Los amores platónicos, la subsistencia y el escape. Los proyectos
que parecía aventuraban un mañana. El día a día.
Sabía hacer su propia caricatura de la siguiente
manera: cabeza semireclinada, rechupados los mofletes, labio bajo fuera, ojos
desorbitados y penduleo del cuello. Era la forma de descargar la tensión y
exculparse ante la regañina. Su muestra de inocencia, no adolescencia, ante el
incumplido, que eran muchos y reiterados.
Su figura aparecía como una constante en la conversación de los que éramos
otros, como latiguillo en toda reunión que no estuviera. Él siempre estuvo al
frente del hacer felices, trabajando por hacer felices en el encuentro con
todos y cada uno.
Tenía un carisma único, el que más, sin ser el más
listo, ni el más guapo, ni el más líder. Esto es digno de observar.
Rompió las ideas de los clichés normales de los otros.
Donde nunca parecerá un modelo a seguir.
Tendría las tinieblas, como todos, dentro, y expulsaba
con su golpe de risa tabáquica el descargo del momento de tensión o de ilusión.
Porque fue iluso, sí, recogió y recogerá afecto por
darse íntegro, sin pensar, y sin pedirlo.
La cirugía lo manda, a donde sea, ligero de equipaje.
Los demás, los otros, nos quedamos aquí con el peso específico del gesto, el
ojo, la risa, el labio, la mano pequeña… No se si decir el rastro-huella, que
es algo más que el recuerdo.