domingo, 23 de octubre de 2011

El mechón y la coleta



Ha muerto Antoñete. Me entero a las puertas de la plaza de mi tierra donde voy a ver torear a los chavalillos. Pensé no hace tanto en él, después de una conexión fugaz de Molés con él donde recordó su juego de mus.
Antoñete era el artista taciturno, el hombre grave, la sabiduría solemne. En directo sólo le vi una vez en el Festival de Juan Luis, y a pocas no iba a poder acabar la faena por el tabaco, lo recuerdo cogido al ‘olivo’, derrotado pero soberbio. Mató como pudo. Lo recuerdo de muchas tardes en corridas televisadas dando las lecciones del toreo que con el capote eran de Belmonte, y con la muleta de Manolete, y en su quehacer eran de él. Si no lo he dicho nunca, lo voy a decir hoy, por si la fiesta se acaba de veras. El toreo es el único arte en el que el artista se interpreta como es, osea se interpreta a si mismo, el dicho correoso de ‘se torea como se es’, en ningún otro arte escénico es tan palmario, porque están el oponente y la muerte osea el peligro real, vivo, y móvil, frente a ti, y ahí te las veas.
Mi padre me contó de niño que era el torero de los huesos de cristal, después lo supe, se le partían muy fácil, y el torero que enamoró a Charo López, qué gran pareja, no creo que lo sepa mucha gente.
Antoñete era el mechón y la coleta que cantó Sabina. La caja torácica grande, la muleta a media altura, ningún aspaviento, la circunspección castellana y la solemnidad de Madrid. Yo vi por televisión en dos ocasiones el cortarse la coleta, pero volvió, y también había hecho eso antes de que yo naciera inclusive, se retiró probablemente hasta en diez ocasiones. Era ese veneno taurino de saberse un héroe, estaba mal, le miraba mal un toro, había estado muy bien, y decidía concluir su carrera contra apoderados, empresarios o quien fuera. Volvía por necesidad, y también, incluso ha dejado dicho que “los toreros se mueren con el deseo de haber hecho la faena soñada”.
Dice la tele, en el parte, que su vida personal (azarosa) repercutió en su vida profesional, ¡vaya unos cojones! No podría concebir nunca a un artista sin estas mutaciones. Venía a decirles yo al final que con Antoñete muere el toreo clásico de veras y el golfo-romántico también. El que zanja y sigue, al que le empuja la necesidad y le atrae el misterio.

1 comentario:

castelo dijo...

De toros entiendo poco, y mira que entiendo, pero de toros poco, ya me gustaria entender de algunos toreros. La muerte siempre trágica pa quien le llega y borde y malhechora para los que se quedan sin el difunto. No voy a entrar aqui en si es arte o no el toreo, pues no toca ni viene a cuento, pero si me gustaria decir que toreros, según se dice, lo sigue habiendo buenos y clásicos pero sobre todo golfos-románticos de papel couché. Que en paz descanse.